Esa es una característica bastante masculina, la de no mostrar los sentimientos. Aunque están cambiando las cosas.

Es algo en lo que pienso mucho en los últimos años. Cuando hay un personaje escrito, cada actor le va a poner algo de sí mismo. Yo soy un tío muy sensible, muy sentimental y nunca he tenido miedo a mostrar mis sentimientos. Creo que a mis personajes les doy un toque de sensibilidad por inercia. Al final tú lees el texto y lo interpretas de una manera u otra. Detecté mi distancia brutal con Sergio en cuanto a eso, pero yo insistía mucho al director en que teníamos que ver su sensibilidad, aunque él no quisiera mostrarla. Creo que es una condición muy masculina. Generalizando mucho, la mujer normalmente ha tenido una relación más sana con sus sentimientos. El hombre siempre ha tenido rechazo y miedo a sentirse frágil. Ha tenido que ser el alfa, el poderoso… Y es como “Chico, ya, porque te va a salir una úlcera o un cáncer de páncreas. Expresa tus sentimientos”. Venimos de aquello tan instalado que “llorar es de maricas”. Pero, por suerte, las cosas están cambiando e incluso la gente que defiende ese tipo de cosas se está quedando sola.

No es lo único que ha cambiado en los últimos años. Las relaciones, de las que habla El juego de las llaves, también. ¿Cómo crees que han afectado las apps de citas al modo de ligar?

Yo soy muy romántico, y creo mucho en aquello de salir un día y cruzar una mirada con alguien… Se te sube algo cuando conectas con alguien a través de la mirada. Lo de las aplicaciones… Bueno, no me voy a poner muy intenso, pero es otro signo del auge del aquí y ahora, ya. Estamos sobreestimulados para todo: comer, viajar, follar… Eso ha hecho que las relaciones se entiendan de otra manera. Incluso hay líneas que no se cruzan: te relacionas con esa persona para ir a hacer algo en concreto, pero no se pasa de ahí. Todos hemos entrado en esa dinámica en algún momento. Eso cubre ciertas necesidades, pero a la larga es jodido porque puedes acabar relacionándote así con cualquiera. Yo veo separaciones todo el rato a mi alrededor. El sexo es algo maravilloso con lo que hay que relacionarse de manera saludable, pero a mí el cuerpo me está pidiendo otra cosa. Me acuerdo que hace un par de años tuve una de estas apps, pagué el mes y ya está. Pensé que era imposible conectar con alguien en Helsinki o Mozambique. A mí me apetece más eso: volver a una discoteca, ir a un evento, a un cumpleaños… y decir “¡Uy!”. Conocer a alguien que te genera una cosa química en tu cuerpo. A cualquiera que piense ahora mismo en eso se le ilumina algo.


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Luis Miguel, la serie tuvo un gran éxito el año pasado. ¿2021 fue para ti tan frenético como parece?

No. En realidad, el año pasado fue uno de los más duros de mi vida. Mientras había un aparente éxito profesional (y estoy muy agradecido de la oportunidad de estar en Luis Miguel y del éxito que ha tenido), trabajé muy poco, también por decisión propia. Tuve un momento de salud complicado, debido a una trombosis pulmonar provocada por el covid-19. Eso me anuló unos meses del año. Luego hice El juego de las llaves, y sí he podido viajar, que es algo que me encanta. Pero todo el mundo pensaba que estaba teniendo mucho éxito, todo el mundo me felicitaba. Tengamos en cuenta que cuando eres actor todo lleva un desfase, porque para cuando se presenta un proyecto a la prensa tú ya estás en un momento muy diferente. Pero soy un tío muy echao pa’lante, y aunque suene a tópico, en las adversidades te tienes que apropiar de cuatro cinco enseñanzas para tirar adelante. 2021 para mí fueron tres o cuatro años de madurez de golpe.

Tú tienes un modo muy particular de llamar a tus travesuras de cuando eras más joven: las guallaradas. ¿Qué son exactamente y qué queda hoy de ellas?

Siempre he sido un chaval muy inquieto, con esa adrenalina de hacer travesuras, aunque nada grave: colarme en algún lugar, hacer un poco el golfo en el colegio… Yo fui al colegio Estilo de Madrid, que era maravilloso, basado en el Tratado Libre de Enseñanza y fundado por Josefina Aldecoa. También fui al Colegio Alemán en Madrid. Es verdad que todas esas travesuras siguen en la intimidad con mis amigos, con ese rol de más payaso y tal. Pero claro, las cosas han cambiado. Cuando empiezas a ser conocido dejas de hacer ciertas cosas. Sin embargo, siempre he sido muy travieso. Me gusta mucho reírme y hacer reír a los demás. Luego mis amigos me dicen que salgo muy serio en todas partes; pero es algo así como una coraza que te haces. Es una manera de relacionarte con la profesión. Siempre está bien tener tu parcelita de intimidad.

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¿Es verdad que una vez viajaste de Berlín a Madrid solo para hacer un cameo de una frase en Aída?

Sí, y lo hice con una felicidad brutal. Yo creo que ahí hay una clave siempre: el porqué. La vida tiene mil posibles caminos, y elegimos uno u otro por pequeñas decisiones. Recuerdo que siempre quise ser actor, para mí era algo enorme. Amaba y respetaba tanto la profesión que para mí acercarme a ella era increíble. Yo lo vivía con una motivación y una ilusión enorme. Cuando trasteo, hago un curso, conozco a una persona…. Y me llaman de Aída. O cuando me llamaban de un casting desde Madrid, cuando yo estudiaba Arquitectura en Valencia, les decía a mis amigos: “¡Buah, chicos, me han llamado!”. En eso hay una ternura enorme. Eso intento rescatarlo, porque al final normalizamos nuestro hábitat de ahora, pero de repente dices: “Espérate. ¿Te estás quejando cuando de repente estás pudiendo rechazar series, protagonistas, etc.? Cuando hace diez años te morías por ello”. Recuerdo que con lo de Aída estaba yo viviendo en Berlín, y casi cada fin de semana tenía visita. Iban unos amigos ese fin de semana. Ellos me animaron a viajar a Madrid, por supuesto. Siempre he tenido ese motor: si leo algo que me gusta, iría a Vietnam a hacerlo.

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